«Llegaré miércoles tarde en bicicleta; búscame alojamiento; te quiere, Miguel»
Divertido, sugerente y absolutamente recomendable. La editorial Ken ha publicado una nueva versión del entrañable relato «Mi querida bicicleta», de Miguel Delibes, ilustrado por Marijose Recalde.
Editada originalmente por Minón en 1988 e ilustrada por Luis de Horna, esta joya de Delibes vuelve a estar disponible en las librerías. Esta vez a cargo de la editorial Ken y de la mano de las sugerentes ilustraciones de Marijose Recalde. Y es que, tras la desaparicición de Miñón, encontrar este pequeño relato en el que la bicicleta es protagonista, se hacía prácticamente imposible (aunque la editorial La Biciteca lo ha reeditado recientemente con las ilustraciones de Luis de Horna).
«Mi querida bicicleta» es es tercer capítulo de «Mi vida al aire libre», libro de memorias que Destino publicó en 1988 y donde Delibes expone, con un estilo cercano y divertido, su peculiar relación con los deportes, entre ellos, el fútbol, la pesca y -cómo no-, el ciclismo: experiencia esencial en su infancia -la descripción de su iniciación sobre las dos ruedas se convierte en una maravillosa y reveladora lección vital- pero, sobre todo, en su adolescencia, en la que la bicicleta será el vehículo que cubra la distancia de 100 kilómetos que lo separa de su novia, Ángeles:
Pero cuando la bicicleta se me reveló como un vehículo eficaz, de amplias posibilidades, cuya autonomía dependía de la energía de mis piernas, fue el día que me enamoré. Dos seres enamorados, separados y sin dinero, lo tenían en realidad muy difícil en 1941 (…) Así pensé en la bicicleta como transporte adecuado que no ocasionaba otro gasto que el de mis músculos. De modo que le puse a mi novia un telegrama que decía: «Llegaré miércoles tarde en bicicleta; búscame alojamiento; te quiere, Miguel».
Entretenido, divertido y entrañable. Un libro ideal para los más pequeños, pero también para aquellos que quieran rememorar el desafío y la ilusión que los llevó a soltarse y a pararse por primera vez a descubrir que pedaleaban solos, sin ayuda de nadie:
—Es que no me atrevo. ¡Párame tú! —supliqué al fin.
Las nubes sombrías nublaron mi vista cuando oí la voz llena de mi padre a mis espaldas:
—Has de hacerlo tú solo. Si no, no aprenderás nunca.
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